24 ago 2010

De fines y finales VIII

Mientras se llena el estomago de aire, tratando de que sea el cielo quien muera por la creación de esa nube, el destino esquiva la responsabilidad de su condición y se aleja, mirándolo con indiferencia, del universo.

De fines y finales VII

Dios solo puede morir de soledad.

De fines y finales VI

Muere, cual ser indigno de gloria, en el mayor de los olvidos de la hoja en blanco.

De fines y finales V

Dios solo puede morir de tristeza.

De fines y finales IV

Adiós ego, detendré, por siempre, esta profesión que me impusiste de imitador.

De fines y finales III

Y el ruido se derrite, inerte a su propia condición, mientras el árbol plantea las dudas sobre su existencia, no hay, entre ellos dos, rituales mágicos o románticos que puedan suavizar lo tangible de la relación, no quieren existir las aterciopeladas estructuras que puedan etiquetar la esencia de cada uno de ellos y, por sobre el ego del calor que logra que el mundo se derrita, no hay amistad verdadera. Con esa soberbia se sucede el final, sacudiendo los cerebros de los nadie que aglomeran a la esperanza en su alma, mientras los esquemas de los algunos posibles ríen y miran por sobre el hombro, sabiendo que su movimiento genera ese extraño dolor que termina por convertirse en chispa. Después se profundiza sobre la hora en si, sobre el tiempo como suceso, dándole forma a la idea como si fuera un proceso irresistible, y si, el perro muerde el hueso, es inevitable, porque se justifica, solo a través de la mediación entre el árbol y el mundo, la existencia misma de la carnada. Una vez mas, ya casi fin aparente, el incesante golpeteo del cordero continua la erosión de los dientes del lobo que, bañados por la sangre de su victima, dejan su huella sobre la pared… y en el mundo que se derrite, casi como proceso histéricamente natural, se sucede los resultados lógicos que la fuerza de la nada promueve como esquemas y estructuras únicas a la misma mediación.

De fines y finales II

“Puta que duele!!!” Como cielo único del alma, donde solo el viento se acerca al día, solo cuando son los infinitos amaneceres escenarios de la muerte de la noche, y, mientras la nada se proclame como único poder religioso, reinará sobre la magia del telón la intolerancia del ser hacia la belleza de ese preciso instante en donde el cielo se convierte en el hogar eterno del alma.

De fines y finales I

Y la muerte arderá en su máxima furia el día que la tierra encuentre su silencio.